¡Hola! Hoy te traigo una palabra la mar de curiosa: pesebre. ¿Que la conoces de sobra? Pues no, creo que no; fuera de esta tierra no la he oído nunca y suelo fijarme en estas cosas. Pero no te falta razón. Pesebre es un cajón alto, rectangular, de madera y paredes gruesas donde comen los animales, también el belén que tradicionalmente montamos en Navidad, pero en algunos pueblos de Salamanca, no en muchos, significaba cataplasma, cabezón, o algo a caballo entre ambas cosas. Pesebre pues era un niño que le decías ven y seguía con lo que tenía entre manos, que le negabas algo, y seguía y seguía pidiéndolo, aunque eso sí, sin alterarse, que le decías por aquí, y seguía por allí, ¡vamos!, que le hablaras como le hablaras, él ni flores.
Lo curioso de esta palabra es que solo se usaba para los niños, nunca para las niñas, ni tampoco para los adultos. ¿Que si no había niñas pesebres? Claro que las había pero es posible que quien tuvo la ocurrencia de relacionar esta actitud de los niños con los pesebres de los animales –seguramente por las propiedades de firmeza, de dureza que comparten- desconocía que hay palabras que sirven para los dos sesos y lo de pesebra le sonó mal.
Aunque nadie utiliza ya esta palabra, yo la sigo utilizando, tanto para niños como para niñas, aunque eso sí, para que ni unos ni otras me cojan manía, suelo recurrir al diminutivo y los llamo pesebritos, tiene más dosis de cariño que de enfado y para evitar "enfermedades" me parece imprescindible administrar bien las fórmulas de las palabras.
¡Bienvenido a mi mercadillo! Aquí podrás encontrar palabras y expresiones salmantinas que la cultura mal entendida arrinconó por catetas. Me parece tan impropio de los que tenemos el don de hablar avergonzarnos de ellas, que hoy, para ponerlas en el lugar que les corresponde, abro este mercadillo. ¿Te gustaría ayudarme? Espero tu visita y, si quieres traerme un regalo, ya sabes lo que me gusta: una cateta de tu tierra. Seguro que tienes muchas. Y antes de irte, ojea mi periódico.