jueves, 16 de febrero de 2012

Ser el ojito derecho

¡Hola! ¿Cómo estás? Yo encantada de presentarte esta expresión: ser el ojito derecho.
Ser el ojito derecho de alguien era ser su persona preferida, la más querida entre todas, la más mimada, la más consentida, esa persona que hiciera lo que hiciera y como lo hiciera, siempre y todo estaba bien hecho. Los ojitos derechos niños no tenían que ser necesariamente de la familia, podían serlo hijos de amigos, de vecinos, pero los adultos tenían que ser hijos, padres, nietos, abuelos, hermanos o parientes que sin ser muy allegados tuvieran muy buena relación. Algunas construcciones verbales a modo de ejemplo: soy su ojito derecho, eres mi ojito derecho, es tu ojito derecho, somos el ojito derecho de…
De esta expresión cabe decir que nunca la oí en la ciudad, siempre en los pueblos de la Sierra salmantina, pero ¿por qué siendo los dos ojos igual de importantes era el derecho el que la formaba y no el izquierdo? Posiblemente por esa tan arraigada creencia en la zona de que por el ojo derecho se veía más que por el izquierdo, no lo sé, pero fuera por lo que fuera, lo cierto es que era una expresión muy bella, y como quiera que desde que el mundo es mundo este sentimiento sigue aflorando en los seres humanos, por mi parte, en lo que alguien sea mi ojito derecho, la seguiré utilizando. ¿Y tú?

martes, 14 de febrero de 2012

Oficios

¡ Hola! La primera palabra que quiero presentarte es la palabra oficios. Los oficios, en las zonas rurales, eran las tareas domésticas, es decir, esas tareas que todos los días había que hacer en casa: las camas, barrer, fregar…
He aquí una lista de frases que salpicaban las conversaciones entre mujeres: “Hoy estoy tan cansada que no tengo ganas ni de hacer los oficios”. “Con los niños en casa no doy oficio hecho”. “Me voy que llegan todos a comer y no he terminado los oficios”. “Hay que ver las ganas de hablar que trae, parece que no tenga oficio en casa”. “No sé cuándo hace los oficios, siempre está en la calle”. “En cuanto acabe los oficios voy a echarte una mano”.
De esta palabra surgió la expresión estar o quedarse como sin oficio. La decía alguien que veía el final de un problema grave o se veía libre de una obligación penosa. Por ejemplo a la muerte de un familiar al que durante años enfermo se había tenido que cuidar. “Estoy, me he quedado como sin oficio”. Expresaba pues alivio, sensación de vacío.
La expresión no era otra cosa que la forma de decir lo duras que eran estas tareas. De la palabra hay que decir que siempre era pronunciada por las mujeres, nunca por los hombres, y era normal, los hombres, aunque la casa estuviera patas arriba, no hacían los oficios.
Las mujeres ¡qué remedio! siguen haciendo los oficios, incluso los hombres ¡qué remedio! se han sumado a hacerlos, pero ni en los pueblos se utiliza la palabra, ahora se hacen las tareas domésticas, las labores del hogar o la casa. Pero por mi parte, lo tengo muy claro, en lo que tenga que hacerme cada día la cama, limpiar el baño y colocar el lavavajillas, seguiré haciendo los oficios; tareas las tengo dentro y fuera de casa, las labores del hogar me parece que son otras que ahora no vienen al caso y hacer la casa se lo dejo para los albañiles y demás profesionales del ramo, que no están los tiempos para andar quitándole trabajo a nadie.