¡Hola! Bienvenidos a mi mercadillo, aquí estoy, con otra catetilla: embocar.
Esta palabra, según el diccionario de la RAE, tiene muchos significados, pero aquí la recordamos con el sentido de colar balones a los tejados de forma involuntaria. Ocurría cuando los niños y los menos niños jugaban al balón en las calles de los pueblos, en la plaza o en el frontón. Las vecinas más exageradas aseguraban tener en el tejado más balones que tejas; las más gruñonas amenazaban con “matarlos vivos” si les rompían un cristal; las que más hijos tenían protestaban de que sus hijos salieran de casa con un balón y volvían sin él, y no faltaban los cascarrabias que al pillar un balón le clavaban un cuchillo y lo dejaban sin aire ante el desconsuelo de la chiquillería. Pero esto no era lo normal, lo normal era que siempre hubiera alguien dispuesto a rescatar balones de los tejados, a comprar otros o a darles aire y ponerles un parche para que pudieran volver a ser encolados, porque acabar con la alegría de ver niños jugando en la calle fue algo que solo consiguieron los años y la ausencia.
Hasta pronto.
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