¡Hola! Hoy quiero presentaros una palabra que a buen seguro no la habéis oído nunca: jeremías. No hablo de un nombre propio como cabe pensar, hablo de un nombre común, aunque no muy común; permítaseme la paradoja. Ser un jeremías es ser un llorón, y se les decía, generalmente, a los niños: a los niños que lloraban mucho y siempre sin lágrimas, que berreaban, más bien, por cualquier cosa y para incordiar. Ejemplos: “¿Te puedes callar de una vez? ¡Pareces un jeremías!” “Vaya un jeremías que está hecho, se pasa el día llorando”. “A ver, jeremías, ¿por qué demonios lloras ahora?” Puede que su origen tenga que ver con el profeta Jeremías. Como es sabido Jeremías el profeta se pasó la vida llorando amargamente y no le faltaron motivos: persecuciones, mazmorras, torturas, entre otras vergüenzas. No en balde se le conoce por el Profeta de Las lamentaciones, que dicho sea de paso es el título de la película que versa sobre su desdichada vida. Y ahora viene la pregunta: Si Jeremías, el profeta, lloraba con motivo, ¿por qué a los niños se les llamaba jeremías cuando lloraban simplemente para llamar la atención? Posiblemente para desdramatizar un poco el recuerdo de tantos horrores.
¡Bienvenido a mi mercadillo! Aquí podrás encontrar palabras y expresiones salmantinas que la cultura mal entendida arrinconó por catetas. Me parece tan impropio de los que tenemos el don de hablar avergonzarnos de ellas, que hoy, para ponerlas en el lugar que les corresponde, abro este mercadillo. ¿Te gustaría ayudarme? Espero tu visita y, si quieres traerme un regalo, ya sabes lo que me gusta: una cateta de tu tierra. Seguro que tienes muchas. Y antes de irte, ojea mi periódico.
martes, 6 de agosto de 2013
Jeremías
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